Esta entrada la escribo yo, Pablo Iraburu, director de Arena. Hoy es mi primer día de vacaciones. Y las he comenzado leyendo al maestro Kapuściński. En la tercera página de su recopilación de crónicas “Cristo con un fusil al hombro” acabo de leer esto:
Más tarde, en el metro de París, en un autobús de Londres y en un café de Viena, la gente lee que en…(aquí un nombre extraño y difícil) unos fedayines han matado a…(aquí el número de muertos, a veces sus nombres) tras lo cual se han hecho saltar por los aires. Y al día siguiente, que la aviación (o la artillería, o la marina de guerra) israelí ha bombardeado…(aquí un nombre extraño y difícil) matando a…(aquí el número de muertos, a veces también el de heridos). Pero como todo esto ocurre tan lejos y los nombres propios resultan tan difíciles de recordar, la gente lo olvida todo enseguida, tanto más cuanto que al salir a la calle y echar un vistazo a los escaparates, al cabo de un rato se ve impelida a pensar en algo muy diferente y hasta en decir en voz alta: vaya, otra vez ha subido todo.
Sin embargo, los de Rashidiya y de Rafah, los de Qiryat Shemonta y de Taiba, no olvidan. Esta es su guerra, una guerra cuyo final ni siquiera se vislumbra. Mañana habrá otro comunicado: La aviación israelí ha bombardeado…
Qué desesperante resulta que este texto, tan terriblemente actual, lo escribiera Ryszard Kapuściński en 1975.
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